MARIA ZULEICA: LA NIÑA DE SAN CARALAMPIO
(Novela ) Por: Ramiro Abaúnza Salinas
CAPITULO I
---SAN CARALAMPIO DE LOS REMATES.
Hay nombres de personas y ciudades, de las que se trata de averiguar la procedencia, y las más de las veces no se llega a ninguna explicación ni conclusión plausibles.
El pueblecito de San Caralampio de los Remates era uno de ellos: Situado en las estribaciones de la cordillera de Amerrique, en el centro del país, los historiadores ( que por lo general inventan la mitad de sus historias sobre la Conquista y la Colonización de América) decían que al llegar los españoles a la costa del Caribe, después de casi naufragar y teniendo que tirar todos los caballos al agua, en el que dieron en llamar Cabo de Gracias a Dios, y al puerto, Puerto Caballos, explorando hacia el Sur, se habían encontrado con una región de exhuberante vegetación y grandes ríos que llamaban Nicara-ualt.
Al preguntarle a los nativos---que llegaron a recibir las carabelas en grandes canoas hechas de un sólo tronco ahuecado---les preguntaron que cómo se llamaban ésas hermosas y verdes montañas y ellos dijeron: Amerrisque.
De dicho nombre hicieron proceder el nombre primitivo de “América” que después se quiso hacer más elegante, haciéndolo proceder del cartógrafo y navegante Américo Vespucio, y no de un montón de indios sucios, salvajes, ateos y analfabetas.
Con San Caralampio de los Remates pasaba igual: No se podía explicar su primer nombre del tal San Caralampio, porque no aparecía en el Santoral Romano, ni en ninguna de las listas de santos-menores, al menos que hubiera sido “purgado” y eliminado para poner a otros más milagrosos que él, cosa que tampoco era muy factible.
Eso “de los Remates” tampoco convencía a nadie que lo querían hacer provenir, de que a ése pueblito insignificante bajaban los hacendados de la región, ganadera y cafetalera
a vender sus animales, relucientes de gordura y uno que otro agujereado el cuero por el Tórsalo---ésa mosca que no respeta a los humanos, cuánto menos al ganado---poniendo sus huevos debajo de la piel o debajo del cuero, que al convertirse en larvas, dejaban salir un gusano feo y hediondo, con el consiguiente hoyo en el cuero de las reses, lo cual hacía que los compradores bajaran de precio del animal, porque ése cuero agujereado no servía más que para hacer zurrones de cuero-crudo y no para labores de zapatería o de talabartería finas.
a vender sus animales, relucientes de gordura y uno que otro agujereado el cuero por el Tórsalo---ésa mosca que no respeta a los humanos, cuánto menos al ganado---poniendo sus huevos debajo de la piel o debajo del cuero, que al convertirse en larvas, dejaban salir un gusano feo y hediondo, con el consiguiente hoyo en el cuero de las reses, lo cual hacía que los compradores bajaran de precio del animal, porque ése cuero agujereado no servía más que para hacer zurrones de cuero-crudo y no para labores de zapatería o de talabartería finas.
Decían---los que exportaban las pieles---que se enviaban principalmente a Europa, a Italia y que de ahí venían hechas zapatos finos que llegaban a venderse a 400 y hasta 500 dólares el par.
Los “Sancas”---como les decían por abreviatura a los originarios del pueblito—no tenían pues nada de qué alardear, por lo que inventaron la leyenda que el lugar había sido explorado y la ciudad fundada por el mismísimo Francisco Hernández de Córdoba, cuando andaba buscando oro en la sierra de Amerrisque, antes de enemistarse con el Gobernador Pedrarias Dávila, que lo mandó a decapitar porque se negó a darle la parte que le correspondía del vil metal y a ser enterrado en la Iglesia de La Merced, de León Viejo, sin cabeza.
Del hecho, cuenta la leyenda que el Gobernador Pedrarias, que falleció de viejo (a los 92 años) de muerte natural, fué sepultado en la misma tumba de Hernández de Córdoba, y que a la fecha, éste (que dió origen a la otra leyenda del Padre-sin-cabeza) le sigue pidiendo a Pedrarias que le devuelva la que le cortó…
La mayoría de los Sancas eran descendientes de los Chorotegas y de los Chontales que vinieron en un éxodo desde el Sur de México: Gente laboriosa, pacífica, grandes artesanos pero tan mentirosos, que no se les podía creer nada de lo que decían, ni los nombres propios---porque temerosos de un hechizo o de alguna brujería de las pitonisas locales--- no daban su nombre sino el de algún conocido o enemigo para que a éste le cayeran las maldiciones y los maleficios de la bruja.
Para cuando caen las primeras lluvias florecen en la montaña que rodea la ciudad, los árboles de Cortés, pintando de amarillo el paisaje; para en Agosto los Malinches, nombres que proceden del coquistador de México, Hernán Cortés (el de La Noche Triste) y de su traductora, intérprete y después su amante, la princesa sin la cual la conquista del Imperio de Moctezuma hubiera sido más sangrienta de lo que fué.
Para comienzos de Diciembre los Madroños, con sus hojas blancas, que semejan copos de nieve y sirven para adornar los altares de la Purísima Concepción, la Patrona del país.
Zona lluviosa, azotada por los vientos que llegaban del Atlántico, del cercano Caribe, con sus ciclones y huracanes, que de vez en cuando pasaban asolando la región y destruyendo las precarias casas hechas de adobes, taquezal y ladrillos de barro cocido que constituían los principales materiales de construcción: Los Adobes eran bloques pequeños de barro con zacate, que se moldeaban en unas cajuelas y se ponían a secar al sol, para con ellos elevar las paredes internas de las casas. El Taquezal se hacía poniendo unos postigos delineando las paredes externas, clavando reglas a un lado y a otro, para luego rellenar con barro, piedras, vidrios y pedazos de madera el espacio intermedio, dejándolo secar por un tiempo antes de repellarlo y encalarlo.
Los ladrillos de barro fueron introducidos por un cura que había ejercido su sacerdocio en La Paz Centro y les enseñó a llenar los moldes de los adobes con barro negro, del blanco, o del arcilloso, en vez de lodo, que era el bueno y luego quemarlos en hornos hechos con los mismos ladrillos, consiguiendo un material más duradero que los dos anteriores.
No eran casas seguras, pero era lo único que había y los Sancas ya estaban acostumbrados a aguantar con paciencia de Job, toda clase de calamidades telúricas, aparte que viviendo en éste bello país de los Lagos y los Volcanes, de cuando en vez y de vez en cuando, la tierra temblaba terremoteando las casas también.
San Caralampio era el típico poblado de “tierra adentro” de las montañas pobladas de pinos de hoja larga, cuya línea descendía desde el Norte de México y aquí terminaba. Peculiaridad que había servido en tiempos de La Colonia para habilitar el Puerto de La Posesión ó El Realejo en donde se armaron los astilleros más grandes en los que se construyeron las carabelas necesarias para la conquista de El Perú y las Filipinas, calafateados los buques con la brea producida por los pinares mencionados.
El pueblo circulaba alrededor de una plaza, que no era plaza ni era nada: Piso de tierra suelta, con un par de troncos fijados en el suelo por sus propias raíces, bramaderos, en los que se amarraban los toretes cerreros que eran montados durante las fiestas patronales, produciendo fracturados y heridos que tenían que ser trasladados al pequeño hospital de Mulukukú que era el más cercano y la única cosa buena que habían dejado los Sandinistas y los de La Contra después de la guerra.
Guerra fratricida ésa en la que los Internacionalistas---que eran mercenarios comunistas de otros países, nacionalizados---reclutaban a todo el que consideraban apto para disparar un fusil, y con dos semanas de entrenamiento lo enviaban al frente, a morir......
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